diumenge, 1 de febrer del 2009

La realidad muerde

Germa Bel. 09/12/08
Los alegatos contra la falta de liquidez que oprime a la economía han amainado, después de que en la reciente subasta de activos del Tesoro quedase más de la mitad de los fondos sin asignar. El problema fue, sobre todo, que para muchos interesados el tipo de interés (precio del dinero) exigido fue demasiado alto. Es decir, el subsidio público ofrecido no era bastante grande. Y como cuando algo no es escaso, el precio debe bajar. Los analistas más perspicaces han podido comprobar que el problema es mucho más de solvencia que de liquidez. Otro mordisco de la realidad: contra lo que podía parecer dado el ruido imperante, el volumen de créditos concedidos por el sistema financiero en los últimos doce meses ha crecido, aunque es verdad que a tasas inferiores a las de años previos. Esto es compatible con que algunos sectores -como la construcción- reciban menos. Pero eso no significa que haya menos liquidez global, sino que la insolvencia en esos sectores ha crecido mucho, tras una época feliz e insostenible. ¿Quién va a correr con el riesgo de (re) financiar proyectos que -con gran probabilidad- están abocados al fracaso?

Por supuesto, subsisten voces potentes, con poder económico e influencia política, que insisten en la tesis de la liquidez para justificar líneas de ayudas. Temo que en muchas ocasiones tales apelaciones buscan dar oxígeno a proyectos empresariales insostenibles que se fundamentan en planes de negocio basados en gran endeudamiento a un coste muy bajo que no volverá. ¿Qué hacer? Contra lo que a veces se sostiene, en casos como estos puede ser preferible pagar prestaciones por desempleo que subvencionar la continuidad artificial de empleos. Primero, porque mantener artificialmente un puesto de trabajo puede ser bastante más costoso que pagar una prestación por desempleo. Segundo, porque el empleo artificial dejará de existir cuando no sea viable seguir con los subsidios. De hecho, hay ya estimaciones muy serias que sitúan por encima del 8% del PIB el déficit en España para el 2010, dados los compromisos adquiridos y el efecto de los estabilizadores automáticos.

Por supuesto, los gobiernos deben aumentar su activismo fiscal. Obras públicas que sean necesarias -e intensivas en mano de obra- y transferencias de rentas a los ciudadanos en peor posición -los más afectados por la crisis- son propuestas razonables en este momento. Pero sería deseable evitar la tentación de los subsidios a todo tren, sea bien por hiperactivismo gubernamental, o bien por la capacidad de persuasión de sectores con mucho poder de negociación e influencia. Desde luego, no es nada fácil acertar con las medidas que mejor ayuden a salir de la crisis. Pero el conflicto distributivo sobre el reparto de los sacrificios de la crisis (y el pago futuro de sus costes) no debería saldarse en contra de los más débiles, que son quienes recogieron menos beneficios en la época de vacas gordas.

De La Vanguardia

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